jueves, 30 de mayo de 2013

El mejor profesor de mi vida

Hace unas semanas leí este maravilloso artículo de Carlos Arroyo, titulado "El mejor profesor de mi vida". Al final, te invitaba a que le enviaras tu propio texto sobre el mejor profesor de tu vida. Me puse a ello. Como suele pasarme, entre la falta de tiempo que tenía (recuerdo que había quedado a tomar algo y llegaba tarde) y mi pequeña manía de retocar una y otra vez todo lo que escribo... No llegué a las 500 palabras, pero guardé con mimo las que había escrito:


El mejor profesor de mi vida.


El mejor profesor de mi vida me enseñó, entre otras cosas, a amar la poesía. Me señaló la dirección por la que seguir y no abandonar nunca el camino de la literatura. Todavía resuenan sus palabras en mi cabeza, cuando abandono temporalmente mis pequeños vicios con las letras. Me quitó la venda de los ojos y me dijo que no pasaba nada por ser distinta, que ahí residía mi magia. 

Al mejor profesor de mi vida, lo tengo a un click y un email. Me mostró que por crecer, una no se hacía mayor y que ante cada pequeño obstáculo que me encontrara, podría rodearlo, atravesarlo, demolerlo y superarlo. Devoraba los libros que nos mandaba leer en Lengua y Literatura, como un niño ante un plato de macarrones. Recuerdo, a pesar de que ya hayan pasado casi ocho años, estar sentada ahí, en aquel pupitre al final de la clase, con el sol dándome en la nuca, jugueteando con mi pelo y sus palabras de amor por “La Gaite”. Recuerdo las esquinas de mis apuntes llenas de títulos de libros que ahora decoran mis estanterías. Recuerdo su sonrisa cómplice cuando me empapaba cual esponja con cada palabra de cada autor. Eran una delicia aquellas clases. 

 Acabé el colegio, fui a la universidad, pero siempre permanecimos en contacto. Emails en bandejas de entrada que alegraban alguna mañana y sueños que se iban haciendo realidad. Yo acabé en París. Él terminó su novela. 

 El mejor profesor de mi vida me abraza con fuerza cada año cuando vuelvo al colegio a verle. Ese mismo profesor que sin saberlo, me motivó para querer dedicarme un día a la enseñanza. Y cuando les explique a mis futuros alumnos adolescentes, la maravilla de la ciencia y el por qué de las cosas, alguna vez les diré que el mejor profesor de mi vida era de letras, y que yo también lo soy. Porque una vez me dijo que un título universitario no te hacía ser nada. Cada uno es lo que es. Y yo llevo la física en un trozo de papel firmado por el Rey y las letras en la sangre.

Y aquí estoy, empezando este pequeño proyecto personal que si se lo tuviera que dedicar a alguien, sería a él. Ojalá algún día yo sea la mitad de mejor profesora de lo que tú lo eres, y ante todo, pueda llegar a ser para alguno de mis futuros alumnos, lo que tú simbolizaste para mí. A ti te dedico esto.

miércoles, 22 de mayo de 2013

La no-primavera del 2013.

 

Ilustración: Patricia Metola


 A mí esta no-primavera sí que me altera... Estos vientos del norte me revuelven mis no-melenas y me hacen arrugar la nariz mientras en mi cabeza no-vacía me digo a mi misma que qué le pasa a este tiempo, que nos va a volver a todos locos. Y los que ya lo están, enloquecerán más. Esta no-estación con este sí-frío me hace querer, y no-pedir, abrazos que sean como estufas. También pienso que podrían dotarnos durante un momento al día, o tal vez dos o tres, la capacidad de poder leer la mente o al menos saber qué es lo que otros quieren. Tal vez dejásemos de pedir en silencio, de esperar cosas que no-ocurrirán porque no-se saben. Yo quiero ese libro, pienso. Una y otra vez. Como si alguien de los ahí presentes, unos sí-desconocidos, al mirarme a los ojos leyeran "Quiero ese libro, pero quiero que me lo regalen. Porque soy así. No hay explicación racional para todo esto." Pero eso no ocurre, y seguramente, demos gracias a quien haya que dárselas, de que no ocurrirá jamás. Porque tal vez si supiéramos qué quiere, o no-quiere, alguien, qué piensa o en quién no-piensa, si pudiéramos, durante un mísero instante leer los pensamientos de otra persona... ¡Qué nos pillen bien no-confesados! Porque nos lanzaríamos al abismo de un pozo muy grande.

Tal vez, podríamos seleccionar momentos. Un botón que fuese rojo y nos indicase "¡Ahora no chaval!" o uno verde que fuese "Ahora no hay peligro". Sin embargo, mientras escribo lo que esta no-primavera me está dando, me doy cuenta de que no quiero que nadie hurgue en mis pensamientos, que retiro lo dicho. Incluso lo del libro. Supongo que ponemos en nuestras manos nuestros pensamientos y se los mostramos a quien queremos. A veces en forma de email, otras con una sonrisa, una mirada, una caricia. A veces no hace falta decir nada, aunque yo pienso que sí que hay que decirlo (casi)todo. Sobre todo con esta no-primavera. Con esta no-estabilidad meteorológica. Tal vez porque creo que si no lo dices, si te lo callas, si te lo guardas, es posible que crezca algo dentro de ti que un día al despertarte, esté dormido a tu lado y te diga "¡Eh! ¿Te acuerdas de mí? Soy ese no-sentimiento/no-pensamiento que no-dijiste, y estoy aquí, recordándotelo." Supongo que esta es la razón por la que me inquietan a veces los silencios en los que se dice mucho, pero sin decir nada. 

No puedo dejar de pensar, y a veces pienso que tal vez si durante un instante, una mano, bonita, suave, grande e inocente,
se metiera en mi cabeza con los ojos cerrados y cogiera uno de esos pensamientos, tal vez así esta no-primavera se calmase un poco. Porque te diré un secreto, creo que controlo el tiempo. Y te diré otro, ni yo misma sé qué marabunta de palabras sin sentido he escrito. Pero esta soy yo, en una noche de mi no-primavera del 2013.

jueves, 9 de mayo de 2013

Las manos de mi pecho.

Ilustración de Gabriel Pacheco.


Creo que tengo unas manos dentro del pecho. A veces, recorren mi torso desnudo por la noche quitándome la respiración. Otras veces rodean mi corazón y lo aprietan muy fuerte intentando sacar todo aquello que me callo, y tenemos una lucha interna a ver quién es mejor, si esas manos o yo.
Nunca las he visto, tal vez porque me estremecen y quiero guardar cada aliento, cada suspiro, cada instante... Sé que las tengo dentro de mi cuerpo, porque las siento ahí, durante pequeños instantes de tiempo. Muy adentro. Como en este mismo momento, que recorren mi cintura por debajo de la piel y hacen que mi respiración sea irregular, que con cada bocanada de aire, respire un poco de vida. No sé de dónde han salido, no sé el tiempo que se quedarán dentro de mí, pero sé que sean lo que sean esas manos, me tienen absorta, de dejan sin palabras, me arrancan los sentimientos más hondos que guardo dentro de mí. Esas manos que guardo en mi pecho...

miércoles, 8 de mayo de 2013

BSO

 


 Y mientras le hablabas de la última melodía que te rondaba por la cabeza, ella escogía con delicadeza las canciones de la banda sonora de vuestra historia. Pero tú no te dabas cuenta, porque ahora eras adicto al ritmo de sus caderas, al vaivén de su cintura. Te preguntabas una y otra vez cómo era posible que su mirada y su sonrisa se coordinasen tan bien con el movimiento de su cuerpo. Una y otra vez. Pero no se lo preguntabas, por si acaso tenía la respuesta a tu dilema. Y ella lo sabía, por eso nunca te lo diría... Así esa banda sonora nunca se acabaría.

(Historia inspirada en una pareja que ayer vi cenando.)