martes, 24 de marzo de 2015

Cuando hablo del abismo

"Viento en la cara" de Mónica Carretero

Cuando hablo de precipicios, hablo del abismo,
del viento en la cara,
del nudo en la garganta,
de la sensación de libertad y angustia que te atrapa
y de ese fin que se encuentra a pocos segundos de ti.
Cuando hablo de caídas,
no hablo de los ejercicios que explico a mis alumnos,
ni de los tropiezos que me doy cogida de tu mano,
ni de la bolsa,
ni de la ropa interior deslizándose ventana a ventana.
Hablo de soltar la mano,
de ni siquiera tenerla,
de descender fuerte, bruscamente,
como si la nada existiera y cayeras en ella,
ahogándote, asfixiándote, penetrándote...
Hablo de la mano que tenemos en el pecho,
que nos agarra el corazón y nos lo estruja,
que nos hurga en los intestinos y nos los descoloca,
que nos da la vida, el aliento, la última palabra.
Hablo de ese algo que me sugieren los precipicios,
de la sensación efímera, falsa y peligrosa de libertad,
de la brisa del mar dedicándote una sonrisa.
Cuando hablo de precipicios, hablo de tristezas absolutas,
de momentos de soledad,
de ese bis a bis con tu yo interior,
de precipicios que pueden ser reales o ficticios.
Sin embargo cuando te miro a los ojos,
me pierdo en el precipicio de tu mirada
y me dejo caer,
me desvanezco,
empiezo a flotar, a volar,
y siento la brisa en mi cara,
el sentimiento de libertad que me genera tu presencia,
y la mano de mi pecho es la tuya,
acariciándome, dejándome llevar.
Cuando hablo de precipicios, hablo de ti,
de la vorágine de amor que nos envuelve la vida,
hablo de ti y de tu mirada,
hablo de que tus ojos siempre me salvan,
hablo de la esperanza de que seamos nuestros propios precipicios.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Toda una vida de hermanos



El día que te conocí llevaba un palo en la mano porque antes de ir a verte por primera vez, fuimos papá y yo al parque. Recuerdo que te toqué con el palo. Tú estabas dormido, enrolladito en esa minisábana que se le pone a los bebés, y tras tocarte un poco pensando "¿Será como mis muñecos?", te dejé en tu cuna de plástico, solté el palo y subí como pude a la cama con mamá para comerme su comida. Tenía 2 años y 9 meses.

Papá y mamá siempre cuentan que cuando no dejabas de llorar, me mandaban a mí, con el paquete de galletas a calmarte y darte dulces. Tal vez ahí comenzamos a crear ese vínculo de hermanos, o quizás fue ese palo, nunca lo sabremos. Ya no lloras como cuando eras pequeño, que con algo de comida y un poco de compañía los berrinches se iban. Ahora cuando lloras, es de rabia y miedo, es de desesperanza y no hay caricia ni galleta que apacigüe ese dolor. He perdido el poder de hacerte dejar de llorar con mi presencia o quizás se haya transformado en tranquilidad cuando estás nervioso.

Ahora ya no hay palos en nuestra vida, solo un pequeño bastón que te acompaña en tu camino, así que tal vez deba cogerlo y tocarte con él mientras duermes en la cama del hospital, como si fuera mi varita mágica y pudiera quitarte el dolor que sientes o quizás si no fuera tan poderosa, hacer un traspaso de dolor físico y mental para que yo lo acarrease. Quiero que me lo des, que me des a mí esa enfermedad que tienes y todavía no conocemos. Dámela. Te libero de ella. Porque si algo me ha enseñado es que el amor de hermanos es más fuerte que cualquier otro, que si te tengo que dar la mitad de mí, te lo doy sin pensármelo, sin dudar. Ese palo nos unió para siempre y este "para siempre" incluso comparte ADN, así que creo que mañana lo probaré. Iré antes al parque, jugaré un poco, cogeré un palo y mientras duermas en la habitación del hospital, te tocaré con él... Quien sabe, quizás mañana tengas un nuevo despertar.