miércoles, 10 de julio de 2013

Las voces que hay en ti.

Imagen de Helen Dardik Etsy shop


Vienes y me cuentas que sientes indiferencia en tu pecho y que te duele tanto a veces, que sientes que tu piel es el miedo. Dices que desearías no pensar, que ojalá te dejases llevar, que ya no eres quien creías ser y que tienes conversaciones contigo misma. Susurras demasiado alto que es el principio del fin y me hablas de crueldad y desgana. Te miro con mis nuevas gafas porque son así de grandes para poder observar mejor qué es lo que ocurre a mi alrededor. Te contesto con la sutileza que a veces me caracteriza, mientras jugueteo con mi lengua entre mis muelas. Me duele. Aunque la verdad es lo que no te digo, que el dolor de la muela no es nada en comparación con otros dolores que no atienden a medicamentos.
Mi silencio te perturba porque seguramente las voces de tu cabeza que llevan un tiempo hablándote, no callan. Si te hablo, entonces me prestas atención y sabes que estás salvada. Al menos de momento. Te abrazo, y es entonces cuando te digo lo que has venido a buscar. Un poco de verdad áspera. Y es entonces cuando me cuentas las conversaciones que tienes contigo misma y te las autocompleto porque son las mismas que yo tuve conmigo. Y nos miramos y nos decimos que no sabemos qué es lo que nos pasa. Pero sé que averiguaremos qué es en el momento adecuado. Todo se reduce a momentos, suelo pensar desde hace tiempo. ¡Qué gran mentira! me digo a mi misma. Sin embargo sigo creyendo firmemente en eso. Y vienes a mí para saber si es cierto que he encontrado la respuesta a todo... Pero no, no lo es. A veces la falta de señales es una señal, solían decir... A veces el principio del fin ha llegado y te das cuenta cuando ya estás en la meta, y no es justamente a la que querías haber llegado.

Te abrazo. Fuerte. Muy fuerte. Te digo que te llamaré. Y te escribo. Un email lleno de verdad. Un email de esos que siempre negaré haber escrito, pero de esos que...de esos que hacen que tus amigas sientan un poco de paz. La pena no dura para siempre. Dibujaré sonrisas en nuestros rostros. Siempre. Y este para siempre es de los de verdad.

lunes, 1 de julio de 2013

Hay un email en tu bandeja de Spam.

A veces, reviso la bandeja de Spam porque en alguna ocasión he encontrado en ella emails que deberían estar en la bandeja más importante de mi vida, y no en la de "Tirar a la basura". Hace unos días, entre ofertas de cursos de danza, de préstamos y de alquileres de pisos en Francia, encontré un email de una vieja amiga.

"Querida Nerea, te escribo porque recientemente he recibido noticias tuyas pero tú no mías. Tal vez te preguntes qué o quién me ha hablado de ti. ¡¿Qué importa eso?! solías decirme. ¿Te acuerdas? Últimamente me he acordado mucho de ti. Seguramente tú también estés haciendo balance del pasado y no sé si yo habré aparecido por ahí. ¿Recuerdas lo buenas amigas que éramos? Yo sí. Lo recuerdo. Ni muy nítido, ni vagamente. Pero lo recuerdo. Está ahí. Tal vez te sorprenda este email. A mi también me ha sorprendido el hecho de sentir la necesidad de escribirte. Después de todo este tiempo, de lo poco que hemos sabido la una de la otra... Después de las vueltas que nos ha dado todo, aquí estamos. Sé que te fuiste a París. No te pregunto si te gustó, porque sé que sí. Seguro que volviste enamorada de esa ciudad. Si lo hiciste, ¿volverás? ¿Recuerdas cuando soñábamos con ir ahí? Cuantas cosas planeamos para hacer juntas ¿verdad? Si sigues escribiendo, y no lo has hecho todavía, y si aquella ciudad te robó el corazón, podrías escribir sobre ella ¿no crees? Bueno, no soy quien para decirte sobre qué debes escribir, tan solo espero que no lo hayas dejado. 

Las noticias sobre ti, siempre me han llegado como cuenta gotas bien cargados. Se puede decir, que las pequeñas cosas que te han hecho feliz estos últimos años, no las sé, pero sí que sé las grandes y trascendentales. Sé que siempre te identificaste con Amèlie, y que como bien la describen en la película, Amélie tiene desarroladísimo el gusto por los pequeños placeres: romper golpeando con una cucharilla la capita de azúcar quemado de la créme broulé, meter las manos en un saco lleno de legumbres, girarse en el cine a ver las caras de la gente mientras ven la película, tirar piedrecitas al canal St. Martin... Supongo que tú también sigues disfrutando de esas pequeñas cosas de la vida, es lo que te hacía ser tú. 

Seguramente sigas preguntándote el por qué de todas las cosas. ¡Eres tan curiosa! ¿Recuerdas las tardes sentadas en aquellas escaleras hablando del por qué de todo lo que nos ocurría? ¿Te acuerdas? Yo sí. Llevo unos días demasiado melancólica, removiendo demasiado el pasado, y te he encontrado de nuevo en él. Me preguntaba si querrías volver a formar parte de mi presente, si tal vez, juntas podríamos volver a encontrar las respuestas a todas nuestras preguntas y si juntas saldremos de los agujeros donde nos metamos. Sé que ha pasado mucho tiempo, ni siquiera sé si sigues viviendo en Zaragoza, aunque esto lo califico como acontecimiento importante y sé que me habría enterado si te hubieras ido, aunque ya sabes, a la gente le encanta contar más las desgracias de los demás que las alegrías... Yo sé las tuyas. Aunque ¿Qué se clasifica como desgracia exactamente? No lo sé. Mejor, te diré que conozco los nuevos cambios de tu vida, y también sé el pánico escénico que le tienes a los cambios, lo poco que te gustan y la angustia que te generan. Espero de corazón que hayas podido con ellos. Juntas vencimos a muchos monstruos peores que un cambio. Juntas éramos imparables ¿recuerdas? Tú te hiciste más fuerte. Yo me hice más amorosa. Yo no creía en el amor, y tú creías en él por encima de todo. 

Ahora me pregunto cuánto hemos cambiado en estos últimos años. Ojalá sigamos siendo un poco como entonces. Sé que dejaste de ser como esperaban que fueras, sé que ahora eres mucho más tú de lo que lo eras entonces. Sé que seguirás pensando esas tontadas que pensabas sobre ti misma y te diré que no son ciertas. Lo sé porque te vi el otro día desde las mesas de la cafetería. Te vi ahí pasar, con miedo y angustia. Vi en ti esa culpa que llevas a la espalda, que te pesa y te consume, pero eres grande y podrás con ella. Un día la dejarás a un lado y ahí se quedará. Muy lejos. Y si ahora te preguntas cómo es que sé todas estas cosas, te recuerdo que fuimos uña y carne, y que ahora me encantaría abrazarte, pero que no tiene mucho sentido. Lo sé. Tienes esperanza en los demás, en que las cosas cambien siempre a mejor, en que encuentres aquello que siempre has querido encontrar y no sabes cómo ni dónde ni muy bien qué es. Pero lo encontrarás. Yo tengo fe en ti. Aunque no te lo creas.

Y no sé muy bien por qué te he escrito, ni qué espero que contestes a esto. Sólo sé  que te he dicho cosas que no debería y que tal vez no sigas siendo la misma de antes y que la mitad de mis palabras no tengan mucho sentido y te hagan pensar "¿Pero esta tía de qué va?". Pero tengo fe en ti. Quería que lo supieras, porque solías decirme que creías en el poder de las palabras. Creías que salvaban, que otorgaban perdones bien grandes, que siempre estarían ahí para recordarnos los momentos que vivimos. Que las palabras eran mejores que las fotografías, porque siempre acababas encontrándote entre ellas. Ves, lo recuerdo... 
Como te imaginarás, he vuelto a abrir cajas para guardar recuerdos en ellas, y en una de ellas he encontrado los nuestros... Solo quería escribirte, porque sentía la necesidad de... no sé, tan sólo escribirte.

Feliz comienzo de verano, estés donde estés Nerea."

Y entonces me puse a bucear en el pasado, me sumergí tanto, que me ahogué. El pasado en mis pulmones. Sin poder respirar el aire del verano. El pasado por mis venas, corriendo a toda velocidad, sin frenos, sin piedad. El pasado en mi cuerpo. Así que dejé que la pena de volver la vista atrás, fluyera por mí... Hasta poder convivir con ella dentro de mí...